Hijo del hombre
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    Jesús se definió con el término "hijo del hombre", frecuente en los profetas. Unas 88 veces sale la expresión en el Nuevo Testamento: 31 en Mateo, 13 en Marcos, 27 en Lucas, 12 en Juan, es decir 83 veces, la casi totalidad, en los relatos evangélicos. La mayor parte de las veces es el mismo Jesús el que se autodenomina de esta manera.
    La persistencia y la uniformidad de esta denominación en los cuatro textos evangélicos hace pensar que Jesús la daba una importancia singular. Era una expresión con resonancia profética que se repite también con cierta frecuencia en el Antiguo Testamento ("ben ha'adam" en hebreo y "bar nassa" en arameo, que los LXX tradujeron por "uios tou anthropon") y alude a la realidad humana de un elegido de Yaweh: Sal 8.5; Num 23.19; Is. 51.12; Job 25.6; Dan 7.13.
    Jesús, pues, manifestó cierta predilección por ella y, en el parecer de muchos comentaristas, no era otra cosa que la bíblica afir­mación de su realidad mesiánica. Armonizaba ante sus oyentes su conciencia divina, la cual proclamó incluso como desafío ante sus adversarios, con la referencia de su identidad humana, con claros ecos proféticos para los oyentes.
    Es una doble afirmación la que se recoge en los textos evangélicos; es la expresión de  singular valor catequístico y pedagógico. Hace posible presentar a Jesús como lo que es: "Hijo de Dios" por naturaleza divina; e "hijo del hombre", hombre perfecto, por naturaleza humana.  En esa doble dimensión reside su grandeza teológica y escatológica. Teológicamente centra el misterio de la salvación; místicamente suscita la esperanza de la aplicación de esa salvación. Si la primera hace recordar su supremacía divina, su origen celeste, su eterna e infinita grandiosidad, la segunda hace entender que, como hombre, es sensible, mortal, terreno.
    Por eso es tan interesante resaltar en esa expresión su sentido de cercanía, de familiaridad, de naturalidad. Es la expre­sión evangélica mejor para recoger en ella el misterio salvador de Cristo y la dimensión encarnacional de su figura. Es la que se halla detrás de todos los ras­gos de su humanidad, de su corazón, de su itinerario, de su fuerza ejemplarizan­te para el resto de la humanidad.